Los ancestros entre los vivos

Las comunidades prehispánicas evocaban a los antepasados con sumo respeto y los veneraban de diferentes maneras, algo que también se observa actualmente en muchos lugares de los Andes. En esas comunidades la importancia de los ancestros familiares era tal que intervenían en las ceremonias tradicionales como si fueran participantes vivos.

Varios documentos escritos en la época colonial contienen descripciones y comentarios al respecto, y los trabajos arqueológicos y etnográficos muestran que la relación de los vivos con los antepasados podía expresarse por distintas vías y con materiales diversos.

Uno de los materiales más adecuados para la evocación y el mantenimiento de la memoria es la piedra, debido a su perdurabilidad. La piedra, a diferencia de la madera, que se descompone, o incluso de los metales, que se corroen, es un material que se preserva relativamente estable a lo largo del tiempo, por lo que es especialmente apto para encarnar lo que es imperecedero.

Los ancestros se mantenían vigentes a través de la erección de monumentos, esculturas o estelas, la colocación de máscaras de piedra en sus tumbas y otras acciones que conservaban su memoria por largo tiempo. Los entierros humanos, ubicados en las mismas viviendas o cerca de ellas, como sucede en varios sitios arqueológicos, son una buena muestra de la presencia de los antepasados en el paisaje y la vida cotidiana. Por su parte, los monolitos erigidos en varios puntos de la zona andina de Sudamérica podrían ser monolitos huanca, es decir que ellos mismos serían antepasados de una comunidad. Un ejemplo son los que se encuentran en el valle de Tafí, en Tucumán.

Arriba: estas fotografías tomadas hace casi un siglo muestran los monolitos huancas todavía erguidos en ambas márgenes del río del Rincón, en la zona de El Mollar. Centro y abajo: imágenes de los monolitos llamados Bruch y Ambrosetti. El mapa muestra la ubicación de estos monolitos en el área de El Mollar.

Ancestros de piedra: monolitos, esculturas e imágenes con rostros humanos

Los monolitos de la localidad de El Mollar, en el valle de Tafí, Tucumán, fueron descritos por primera vez en 1897 y desde ese momento tuvieron varios traslados a diferentes puntos del mismo valle.

Los de Tafí no son los únicos ejemplares de este tipo, ya que en distintos lugares de la zona andina de América del Sur se han encontrado monolitos levantados por comunidades prehispánicas.

La altura de los de El Mollar es superior a la humana y uno de ellos tiene más de 4 metros; su forma es prismática, aguzada en la punta. Por testimonios de cronistas españoles se sabe que los monolitos de este tipo podían estar adornados con plumas o tejidos. Algunos tienen grabados geométricos en una sola de sus caras; otros tienen características humanas o animales, siempre con una cara principal. Esto significa que en el momento en que fueron levantados y colocados en un lugar debieron ser también orientados para que “mirasen” en una dirección determinada.

La dimensión vertical de los monolitos y su ubicación en lugares altos hablan de sus roles: alejar el mal, tutelar la comunidad y proteger los campos y los rebaños. Los conocimientos, el tiempo y el arduo trabajo que sin duda requería seleccionar las piedras, darles la forma adecuada, trasladarlas y emplazarlas implican que su función debía ser muy importante en la comunidad

Varios estudios arqueológicos han hallado en distintos sitios del Noroeste otros artefactos que representan cabezas y caras de personas: las cabezas con rasgos humanos −con una clavija en la parte de atrás para empotrarlas− encontradas en el valle de Tafí y en los sitios arqueológicos del Alamito, en Catamarca, las caras grabadas o pintadas en paredes de cuevas o abrigos, las máscaras funerarias las esculturas de piedra conocidas como suplicantes, que parecen representar personas arrodilladas, sosteniéndose la cabeza con las manos. Todos estos objetos e imágenes podrían ser diversas manifestaciones materiales de fuerzas ancestrales.

Esas manifestaciones no tienen el mismo significado: la máscara funeraria o huauqui, por ejemplo, cumple la función de doble de la persona a la que acompaña (en este sentido en los entierros, las máscaras serían el doble de la persona muerta); en cambio los huanca, encarnados en los monolitos, son los muertos en el mundo de los vivos.

A la izquierda, dibujo de una máscara encontrada en una tumba de Azampay, Catamarca. A la derecha, suplicante de piedra.

 Espacios cargados de significados

Volvamos a los monolitos. La capacidad de conservación de la memoria que posee la piedra, unida a los símbolos que pueden estar grabados en ella y al lugar de emplazamiento −en lo alto, bien visible− hacen que lugares como el valle de Tafí estén colmados de significaciones. Estas presencias de piedra transmitían, sin duda, información, y convirtieron el espacio geográfico en un paisaje cargado de sentidos.

¿Qué tipo de información podrían transmitir? Quizá distinciones genealógicas (al mostrar la efigie del progenitor de un linaje), o de dominio (por ocupar cierto terreno), o generacionales (si se inauguraban o se renovaban en un cierto momento en la vida de las personas), o de protección (por su presencia dominante, como vimos). Muy posiblemente, también su emplazamiento debió estar enmarcado en ceremonias colectivas.

Para saber más

Marisa Lazzari, Jorgelina García Azcárate y María Cristina Scattolin: “Imágenes, presencias, memorias. Genealogía y geografía en la piedra durante el primer milenio D. C.”, en Crónicas materiales precolombinas, páginas 603 a 633.

Gabriel Eduardo Miguez y Mario Alejandro Caria: “Paisajes y prácticas sociales en las selvas meridionales de la provincia de Tucumán (1er. milenio D.C.)”, en Crónicas materiales precolombinas, páginas 111 a 148.

Créditos

Figura con mapa y monolitos. María Cristina Scattolin, a partir de las fuentes que se indican en cada caso. Arriba: Schreiter 1928: Lám. XIV y Bruch 1911: Fig. 1, Lám. III). Dibujo y fotografías de los monolitos Bruch y Ambrosetti: Bruch 1911, p.9 y Fig. 2, Lám. III). Mapa: Bruch, 1911: Fig. 3, pág. 5. Ver referencias completas en la sección correspondiente del  libro base.

Suplicante. Colección Mustafá, Tucumán. Foto: Gabriel Míguez.