Revisión académica: Gabriela Ortiz
Fotografía de un sector del valle del río San Francisco tomada en invierno. La típica vegetación chaqueña se extiende en el fondo de valle; atrás se observa la serranía de Santa Bárbara.
El sector medio y alto del valle del río San Francisco, en el este de Jujuy, estuvo ocupado por poblaciones desde hace 2500 años atrás, y permaneció ocupado a lo largo de unos 1000 años aproximadamente. Los sitios arqueológicos que atestiguan la presencia de esas poblaciones son parte de lo que se conoce como “tradición San Francisco”.
Aún se sabe poco de cómo organizaron el espacio esas poblaciones: muchos sectores están cubiertos de una densa vegetación y la baja visibilidad impide realizar un relevamiento completo que cubra toda la región; además, algunos sitios arqueológicos desaparecieron por el avance de la agricultura moderna.
De los 40 sitios conocidos hasta ahora, 38 se encuentran en las márgenes de cursos de agua, antiguos o actuales, permanentes o estacionales. Hay áreas de dimensiones importantes que parecen haber estado ocupadas por viviendas, lo que posiblemente estaría mostrando una densidad de población relativamente alta.
El valle del río San Francisco
La región del valle del río San Francisco forma parte de la ecorregión de las yungas, pero el fondo de valle se caracteriza por presentar una formación de bosque seco chaqueño/serrano que se inserta en el paisaje como una cuña. Esto permite la existencia de animales y plantas característicos de ambas ecorregiones, lo que la convierte en una región de gran diversidad biológica. Todavía en la actualidad es utilizada como coto de caza y pesca por los pobladores locales.
Se trata de un área surcada por importantes cursos de agua, algunos permanentes y otros estacionales. El río San Francisco nace en la provincia de Jujuy, en la confluencia de los ríos Grande y Lavayén. A partir de allí se dirige hacia el norte y se interna en Salta hasta desembocar en el Bermejo. Desde su nacimiento recibe numerosos afluentes que bajan de los cerros, como el río Negro, el Ledesma, el San Lorenzo, el Sora y el Piedras. El valle se caracteriza por veranos muy calurosos con lluvias abundantes e inviernos secos.
El bosque chaqueño (en color verde oscuro) penetra como una cuña en la parte baja del valle. Al este y al oeste, en terrenos más altos, se desarrolla el bosque montano característico de las yungas (en color verde claro). Los círculos en amarillo corresponden a los sitios arqueológicos de tradición San Francisco: 1. Las Capillas, 2. Pal II, 3. Los Hornos, 4. El Naranjito, 5. Los Hornos II, 6. B° Santa Ana, 7. Moralito, 8. Monte Alto, 9. El Infante, 10. Pozo de la Chola, 11. Arroyo Colorado, 12. Cachepunco, 13. Arroyo del Medio, 14. Santa María, 15. Media Luna, 16. Finca Torino, 17. Abra de los Morteros, 18. El Quemado, 19. El Piquete, 20. Las Lomitas, 21. Agua Blanca, 22. Totorilla, 23. La Quinta, 24. Arroyo del Medio, 25. Asentamiento 3, 26. Las Juntas, 27. Palo a Pique, 28. El Fuerte, 29. Saladillo, 30. Aguas Negras, 31. La Irana, 32. Ital Norte, 33. El Sunchal, 34. La Urbana, 35. Fraile Pintado, 36. Campo del Sorgo.
Estrategias económicas
La biodiversidad del valle del río San Francisco permitió a sus antiguos pobladores diferenciar espacios de producción −la parcela cultivada− y espacios de obtención de animales y plantas silvestres −el río, el monte−, que se aprovechaban de manera complementaria a lo largo del año. Se trató de una estrategia de subsistencia caracterizada por la flexibilidad, diferente a una basada, por ejemplo, en la especialización en algún cultivo particular.
El extenso valle, que a primera vista puede parecer homogéneo −un gran espacio con densa vegetación− era en realidad la suma de muchos lugares únicos: las parcelas cultivadas, los lugares de pesca, las zonas de caza, las áreas donde se podían recolectar plantas silvestres, etcétera.
Una gran diversidad de bienes provistos por la naturaleza
¿Cuáles eran los animales y las plantas que aprovechaban estas poblaciones? Para conocerlos se hicieron distintos tipos de análisis. Por ejemplo, se estudió el contenido de algunas vasijas de cerámica, las adherencias encontradas en la superficie de artefactos de piedra y los restos óseos humanos y de animales. Los estudios de microrrestos en los artefactos probaron la presencia de una gran cantidad de especies vegetales, algunas de ellas domesticadas, como el maíz, la batata, el poroto, la papa y variedades de amarantáceas.
Maíz, batatas, papas, porotos.
De las paredes de diferentes contenedores se recuperaron también almidones (componentes de los vegetales, que se pueden hallar en forma de gránulos microscópicos). Estos no pudieron ser identificados, pero su abundancia indicaría que fueron acumulándose con el uso. Estos hallazgos permiten suponer que además de plantas domésticas conocidas se utilizaron, probablemente con la misma intensidad, otras plantas silvestres. Asimismo, se encontraron restos quemados de mayor tamaño (macrorrestos) de mistol, algarrobo, tusca y chañar.
Mistol, algarrobo, tusca, chañar.
Entre los hallazgos figuran también algunas fibras de algodón, encontradas en el interior de pipas de cerámica: es una evidencia de que el algodón fue utilizado por estas poblaciones, aunque no alcanza para afirmar que lo cultivaran.
Los restos de animales muestran una fuerte tendencia al consumo de mamíferos, entre los que se encuentran cérvidos (posiblemente corzuelas), quirquinchos, zorros, camélidos (los restos de estos son escasos), algunos roedores pequeños y otros de mayor tamaño, como vizcachas. También se hallaron restos de peces, como dorados, armados, viejas del agua y sábalos.
Zorro, quirquincho, vizcacha, cérvido.
Dorado, armado, sábalo, vieja de agua.
Por otra parte, el análisis de huesos humanos puede dar información sobre la manera en que se alimentaba la población. De acuerdo con los estudios llevados a cabo, parece que los aportes de los alimentos de origen vegetal fueron más importantes que las proteínas de origen animal. Entonces, es posible decir que la dieta tenía un importante aporte de vegetales y que estaba compuesta, además, por herbívoros terrestres, moluscos terrestres, peces y huevos.
Huertos en el bosque
Las yungas se extienden al pie de los cordones orientales de los Andes, que recorren de norte a sur el territorio sudamericano. Es habitual encontrar allí huertos en lugares próximos a los bosques o directamente en su interior, por lo que probablemente esa era también la situación en el valle del río San Francisco. Esta cercanía habría posibilitado el cruzamiento de especies domésticas y silvestres.
Dada la fertilidad actual de la tierra, que no requiere preparación para el cultivo ni inversión en sistemas complejos de riego, es razonable suponer la ausencia de obras que implicaran la preparación de suelos agrícolas o elaborados sistemas de regadío en el pasado. Es probable, entonces, que los cultivos se hayan desarrollado a secano (solo regados por las lluvias) y en espacios delimitados por materiales perecederos, de allí su invisibilidad arqueológica.
La estacionalidad de los bienes provistos por la naturaleza
Debido a la diversidad de animales y plantas que aprovechaban los pobladores del valle del río San Francisco −cada uno de ellos disponible en una determinada estación− las actividades para conseguirlos debieron abarcar prácticamente el año completo. Los cultivos domésticos cubrían un período amplio, lo que permite suponer que eran importantes para la economía de la población. La caza y la pesca insumían también tiempos considerables.
Esta tabla muestra un calendario aproximado de las especies que usualmente consumían los pobladores del área. De vez en cuando también consumían camélidos, pero estos animales no eran propios de la zona. La línea punteada separa la estación seca (a la izquierda) de la estación húmeda (a la derecha). Agradecemos a Gabriela Ortiz por la comunicación personal acerca de los datos obtenidos recientemente.
Muy probablemente, esta diversidad de opciones exigió organizar el trabajo a lo largo de las estaciones y combinar tareas del grupo familiar con otras que tenían un carácter comunitario. Por ejemplo, seguramente la pesca se organizaba comunitariamente en ciertos momentos del año, mientras que en otros podía resolverse en cada familia, con uno de sus miembros a cargo de dicha tarea. El trabajo en los huertos, por su parte, debía ser planificado para que la siembra, el cuidado y la cosecha, realizados por uno o varios individuos de una misma familia, no interfirieran con el tiempo dedicado a otras actividades.
Paisaje desde el camino que asciende a El Fuerte (Santa Bárbara, Jujuy). Al fondo se divisa el valle del río San Francisco. En ambientes biodiversos, como este, el hábil manejo de las plantas y los animales silvestres evita la dependencia exclusiva de los cultivos.
La caza: conocimientos específicos
La abundancia y la diversidad de restos de animales silvestres en los sitios arqueológicos de la zona indican que la caza debió ser una actividad importante. La captura y el procesamiento de los animales requieren distintas prácticas y tecnologías, y es muy probable que no todos los individuos participaran del mismo modo en esa actividad.
En el caso de los mamíferos de mayor tamaño, como los cérvidos, se necesitan armas y técnicas de caza tales como armas arrojadizas diferentes de aquellas utilizadas para animales de pequeño porte, como los roedores. Estos últimos pueden ser apresados con trampas, cerca de los espacios domésticos, por cualquier persona del grupo.
Hasta el momento no se han encontrado artefactos que pudieran haber sido utilizados como armas. Se han hallado escasas puntas de proyectil de obsidiana en algunos sitios arqueológicos, pero esto no significa que se cazara con esta clase de artefactos. Además, es posible que muchas de las herramientas y armas hayan sido construidas con maderas duras, que no se preservaron.
Una forma de vida estable, de la que no hay registros desde hace 1500 años
En el valle del río San Francisco la forma de vivir permaneció estable desde hace 2400 años atrás y a lo largo de unos mil años. Los datos obtenidos hasta el momento indican que durante ese período no existieron cambios en la forma de alimentarse, por ejemplo. El análisis de los restos de dos individuos, separados por casi 900 años, mostró que ambos se alimentaban de manera similar. Al parecer, esta combinación de caza, pesca, recolección y aprovechamiento de lo obtenido en la huerta se mantuvo estable a lo largo del tiempo, y no hubo situaciones de estrés (tales como fuertes cambios climáticos) que obligaran a cambiar de estrategia.
Tampoco surgieron jerarquías entre distintos grupos de pobladores: los hallazgos arqueológicos no muestran indicios de acumulación de riqueza u otros rasgos que puedan asociarse a grandes desigualdades sociales.
Por razones que aún se desconocen, este modo de vida culminó hace aproximadamente 1500 años y no hay datos que indiquen que estos pobladores hayan sido reemplazados por otras poblaciones en los siglos siguientes. Los testimonios aportados por los conquistadores europeos sobre esta región corresponden a los siglos XVI y XVII, por lo que existe un período sin evidencia arqueológica, un hiato de mil años. El proceso comenzó y terminó de la misma manera: no hay hallazgos que se remonten más allá de 2500 años atrás −seguramente los primeros pobladores del valle vinieron de otro lugar− ni hallazgos posteriores a 1500 años antes del presente.
Para saber más. Gabriela Ortiz, Cecilia Heit, Luis Nieva, Facundo Zamora, Natalia Batallanos y Fernanda Chapur: “Pensando el Formativo desde la región pedemontana de las yungas de Jujuy”, en Crónicas materiales precolombinas, páginas 695 a 720.
Créditos
Fotos del valle del río San Francisco. Gabriela Ortiz.
Mapa del valle del río San Francisco. Tomado de Álvaro Alavar, 2017. El registro arqueobotánico en el sitio Pozo de la Chola (2000-1500 a. p), valle de San Francisco, Jujuy. Usos de las plantas, ambiente y procesos tafonómicos. Tesis de licenciatura, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Jujuy.